Para convertirse en adultos hay que seguir siendo un poco niños.
Si no hubiese sido por la ropa, que le quedaba grande, habría parecido una niña como cualquier otra: ni alta ni baja, ni delgada ni gorda, no fea y quizá hasta un poco guapa, inteligente, sí, pero no un genio; en resumen, una niña corriente. También tenía un nombre corriente, uno como tantos otros, pero todos la llamaban Misteriosa.