Novela de aprendizaje, pero sin moraleja final o redención a la vista, Proletaria consentida provoca seísmos en cada una de las situaciones que relata. Un autorretrato íntimo, familiar y generacional, que explora la conciencia de clase, las aspiraciones y el deseo.
«La gente piensa que en Andalucía vivimos como lagartos felices al sol. Pero lo cierto es que el sol, como todo, es un privilegio. Cuando mis abuelos llegaron a la ciudad desde el campo lo único que podían permitirse era un segundo piso con vistas a otros pisos. Cuando mis padres se casaron lo único que podían permitirse era vivir con mis abuelos. En un agujero frío, en un barrio obrero donde detrás de cada esquina hay una ráfaga de aire esperando a los viandantes: ¡Buh! En enero de 2016 hubo un terremoto de 6.3 grados, y tuve la certeza de que si hubiera sido más fuerte habríamos muerto todos. Me desperté con el movimiento de la cama, fue como una revelación: tenía que escribir mi libro. Pero no lo hice».
En esta novela, Laura Carneros apela a esa clase de humor que todo lo dignifica, convirtiéndola en una hermana pequeña de Kaurismaki, Buster Keaton o Amélie Nothomb. En palabras de la autora, Proletaria consentida «son relatos que esbozan la caricatura personal y familiar, una traición pública a mis allegados, mis amistades y mi condición social, con el noble objetivo de sublimar la frustración, la pobreza y el fracaso».