“Hay que meterse en el Evangelio como un personaje más”. A la luz de este consejo de san Josemaría Escrivá, el autor se introduce entre sus páginas, como un niño huérfano adoptado y acogido en el hogar de Nazaret. Con esos ojos de niño —que nunca deja de serlo— contempla y comparte de cerca los grandes y pequeños sucesos de la Sagrada Familia.
Confiesa el autor que, desde que se decidió a asumir esta perspectiva, “el Evangelio ya no ha sido para él simplemente un libro, sino una aventura personal”. Por eso, gozoso de la experiencia, no desea más que compartirla y, a la vez, animar a otros a afrontarla por sí mismos.