“Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer”, dice Jesús a sus apóstoles durante la última cena. Instituye entonces la Eucaristía y el sacerdocio, que la perpetúa a lo largo de los siglos.
Ese deseo del corazón de Jesús desvela el sueño eterno de Dios de entrar en comunión con cada hombre, alcanzando con él una intimidad inimaginable. Hay huellas de ese deseo de Dios en el Antiguo Testamento, pero donde se muestra con mayor expresividad es en el discurso del pan de vida y en las horas cercanas a su muerte y Resurrección.
Cita del autor:
El deseo de Dios viene de lejos. Del día en que nos creó. Es el deseo de entrar en comunión con nosotros. Durante siglos, pacientemente, con las palabras del Génesis nos enseñó la historia de la creación, el origen de nuestro trabajo y del cansancio que lo acompaña. Bendito cansancio, que Dios nos ha dado como ayuda para desconectar del tarbajo el séptimo día, creado por él para permitirnos mirar al cielo, para volver a mirar a los ojos a los seres queridos, para acordarnos de Dios y para dialogar con él.