El autor, educado en un ateísmo perfecto “en el que ya ni siquiera se plantea la cuestión de la existencia de Dios”, relata su encuentro con la verdad cristiana, “en una silenciosa y suave explosión de luz”. Tiene entonces veinte años. Todo sucede muy rápido, al entrar en una capilla de París en busca de un amigo.
Su testimonio obtuvo el Gran Premio de la literatura católica francesa, y es ya un clásico del género autobiográfico.