A primera vista, Tristán es un niño igual que los demás.
Pero su mascota, Kiki, no es una mascota cualquiera.
Y es que Kiki es un tiranosaurio. ¡Y tiene malas pulgas!
Un paseo anodino por las calles del barrio se convierte en un festín para Kiki, la mascota de Tristán. Kiki no es complaciente ni paciente ni condescendiente. No se echa unas risas con cualquiera ni le baila el agua a los señores con uniforme y porra. Si algo le parece estomagante, se lo come. Para qué andarse con rodeos o paños calientes. Tristán nos cuenta el paseo con Kiki y los sucesivos encuentros con gente desafortunada, pero elude enumerar las "trastadas" de Kiki. Eso se lo deja a las ilustraciones, realistas, clásicas y con una maravillosa elección de los planos tan sorprendente como eficaz. Según se pasan las páginas, da la sensación de que Kiki, que siempre camina hacia la derecha, fuera a salirse del libro y saltar a la vida real.
Divertidísimo álbum ilustrado que habla con descaro e irreverencia de las costumbres de este dinosaurio malvado y que consigue un efecto liberador al permitirle al lector imaginar secretamente a quién metería en la lista de Kiki para que desapareciera, metafóricamente, por un rato. Porque al final, lo que Kiki hace es quitarse de encima a gente que le cae bastante gorda a él, pero sobre todo al pequeño Tristán. Y, en cambio, no le toca un pelo a la vecina de la que el niño está enamorado. Y es que Kiki, en el fondo fondo, tiene su corazoncito.